Crónica de un Dedo (anunciada)
Hace poco estuve en un accidente. Por negligencia y por razones que aún desconozco me corté un pedazo de uña y dedo de la mano izquierda, precisamente en la punta del pulgar.
Es impresionante el uso que le damos a las partes de nuestro cuerpo y no nos percatamos de ello hasta que estamos en necesidad de ellas. Cuando nos suceden este tipo de accidentes nos vemos impulsados a tomar una decisión. En mi caso, bueno eso lo dejo para más adelante.
¿Qué fue lo que pasó? Preguntaba todo el mundo al principio (algo bonito porque te hace reconocer las personas que se interesan cuando te pasa algo malo – eso si, no por eso debemos cortarnos un dedo, cuidado). La historia es sencilla y francamente hubiese sido evitable, a pesar de eso Dios tiene esa gran cualidad de sacar lo mejor de ti, si lo dejas.
Yo estaba de voluntario en Gandoca, con una asociación de desarrollo que trabaja en un proyecto de manejo integrado de tortugas marinas. Una de las labores propias del voluntariado era el cuido durante el día del vivero, que es donde se guardan los huevos de tortuga hasta que se de el nacimiento de ellas. En esta travesía mi compañero de
En las primeras horas traté de mantenerme calmado, sin embargo estaba agitado y angustiado ya que no solo caminé hasta el lugar donde me hospedaba sino que la clínica más cercana estaba en Sixaola, a una distancia considerable de donde me encontraba. Durante más de cuatro horas el sangrado se mantuvo constante, ya que es una zona muy irrigada del cuerpo, y luego de tres vendajes las señoras de la comunidad decidieron detener el sangrado con nuez moscada. Este tratamiento aparte de ser poco antiséptico no me es posible explicar el ardor y dolor punzante al que equivale cuando se presiona para provocar que el sangrado se detenga.
A partir de ese momento y hasta que me fui de Gandoca pude experimentar algo que no era común en mí, además del dolor me sentía sumamente limitado, deprimido, y resentido con Dios. Era como la respuesta del desamparo que pudo haber sentido Marta al hablar con Jesús cuando llegó a Betania luego de morir Lázaro, cuando le dijo “Señor, si tú hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto” (Juan 11:21).
Luego de dos días de sentir tal abandono y angustia decidí volver a San José. La noche anterior le había dicho a la presidenta de la organización que había tomado la decisión de salir a primera hora el día siguiente con rumbo a la capital. En un viaje de unas cuatro horas y media entre las angustias y los deseos de llegar pronto a casa tuve momentos de soledad en los que pude ver como realmente reacciono ante los problemas.
Se que muchos son como yo, empiezan a guardar las cosas hasta que les son imposibles de manejar; impulsan su ser hasta el límite con tal de no mostrarse “vulnerables” o “débiles” y eso lo único que logra es desgastar el cuerpo y el alma, además contrista al espíritu. Es parecido a lo que Marta había experimentado con el mismo Jesús cuando lo recibió en su casa y entre todas las cosas que se pudo ocupar no tomó en consideración la compañía de quien tenía por invitado (Lucas 10:38-42). Lo contrario hizo María al escoger la buena parte.
En largos momentos de soledad fue cuando encontré que no estaba a gusto con quien era yo, no me sentía conforme. Cada vez sentía mas soledad y no podía escapar como habitualmente lo hago con la música, las actividades, el hacer algo; yo quería salir corriendo de estar solo conmigo, quería todo menos quedarme solo con Dios y en compañía de la persona que me resultaba incómoda: yo.
¿Será que buscamos tanto como para mantenernos lo más alejado de nosotros mismos? Muchos tenemos tantas distracciones que nos llevan mas allá de entendernos, y de vivir con nosotros mismos. Amigos, Televisión, la misma computadora, ponle el nombre.
Estamos tan enajenados de nuestro interior que ni siquiera conocemos el origen de cómo reaccionamos, somos extraños a nosotros mismos y eso nos asusta.
Sin embargo como decía al principio no hay de que temer que por ahí siempre anda Dios. El propósito de Él siempre será el de sacar lo mejor, e inclusive suplir lo que no tenemos. Sin embargo lleva un precio; una parte que empieza en el huerto del Edén, cuando Dios nos protege de nosotros mismos (gracias Yeya ya entendí!)
Una pequeña nota de lo que entendí
En dicho lugar existían dos árboles, uno de la vida y otro del conocimiento del bien y el mal (Génesis 2:9) y precisamente Dios le dice al hombre y la mujer que de estos no pueden comer. Al comer del árbol del conocimiento del bien y el mal quedan apartados de Dios, y para evitar que coman del árbol de la vida les saca del jardín del Edén. La pregunta es ¿Por qué? Precisamente porque si tuviéramos además la capacidad de vivir para siempre entonces no podríamos llegar al Padre. Es acá donde el sacrificio de Jesús hace que podamos por medio de la muerte física llegar al padre, ya que la paga del pecado es muerte, entonces por medio de Jesús nuestra parte es el tomar la decisión; aceptar el sacrificio. Miles de años, simplemente para demostrar que por nosotros mismos no vamos a poder alcanzar a Dios, nos es necesario un Cordero perfecto.
Digo que Dios estuvo desde el principio porque no hay razón para conocerme de la manera que lo hice sin tener la fortaleza en los tiempos de angustia, sin tener la confrontación en tiempos de soledad, y el tiempo para poder dialogar con Él. Hoy veo hacia atrás la primera fotografía del dedo, y en nada se parece a lo que tengo por dedo ahora. Es un proceso, pero veo un cambio significativo, veo una mejoría. Esa es nuestra vida al lado de Jesús, nos vamos dando cuenta que aún la herida que no sana duele; y duele porque necesita hacernos sentir vivos, porque además nos enseña a apreciar el resultado final, nos enseña que cada parte que es lastimada tiene una importancia en nuestra vida, nos enseña la perfecta maravilla de la sanidad.
La sanidad física se parece mucho a las otras sanidades, cuando una herida sana al final deja una marca; una cicatriz. Eso llega a ser un símbolo que nos recuerda el proceso, ya sin dolor, de lo que Dios ha hecho en nosotros. Nos permite además revisar nuestras actitudes ante la vida y nuestro interior.
Hoy mi dedo no es el mismo de antes. Sin embargo, pase lo que pase, no voy a dejar la oportunidad de aprender y cambiar por medio de lo que Dios habla a mi corazón. Así espero ser al final; una persona diferente, que toma las oportunidades para aprender, y al recordar las cicatrices -ya sin el mismo dolor, saber que tengo la oportunidad de cambiar, crecer y madurar.
Fabricio
26 de agosto del 2008
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